lunes, 4 de abril de 2011

DÍAS DE URGENCIA



Eran las 8:30 y comenzaba el turno de la mañana. Con mi uniforme blanco y celeste entré a la posta y fui a lavarme las manos, me puse los guantes de procedimiento y comencé a trabajar... todo era pura adrenalina: llegaba la ambulancia, atendíamos en el pasillo, suturábamos, corríamos, nos cansábamos.

Eran dias difíciles pero aparte de mi trabajo hice muchas cosas para humanizar esos momentos de dolor:  tomé la mano de personas con miedo mientras le sacaban una muela; le canté “La cuncuna amarilla” por 15 minutos a un niño que tenía una herida en la boca mientras el dentista suturaba; traduje una consulta dental a lenguaje de señas a una asustada niña sorda a quien tenian que sacarle un diente. En fin, a la hora de almuerzo estaba extenuada, pero era muy grato saber que estaba ayudando a la gente.
Un día me hice una herida en un dedo. Caminé por todas las salas de la posta buscando un simple parche curita, pero en mi búsqueda llegué a la urgencia de medicina y alli descubrí pacientes que no tenían ni un lugar sano en el cuerpo. Eso que vi  me hizo entender que mi herida en el dedo no era nada. Dejé de buscar un parche curita, me hice una curación rápido y seguí trabajando.
Mientras avanzaban las horas y los dias, me di cuenta de que estaba viendo una radiografia del viejo mundo con toda la gama del dolor. Era el “bajo sumidero de disolución”, era como un desagüe donde quedaban atrapadas historias que nadie quería contar, excepto los periodistas que hacian sus despachos a los noticiarios afuera de la urgencia.
Un dia llegó un señor con una urgencia dental pero venia custodiado por 3 hombres vestidos de uniforme. Traía un llamativo chaleco amarillo que me causó curiosidad. En realidad el chaleco no era para abrigarse, era el chaleco que decía “Imputado” y sus cadenas en manos y pies avalaban su situación. Allí no solo eran accidentes, eran historias de crueles novelas, pero esta vez eran reales. Y yo no las veía en televisión sino que las presencié en vivo y en directo.
Necesité orar muchas veces para poder seguir y pude entender cuánto le debe doler a Jehová ver a su creación marchita y acongojada.
Todo esto me confirmaba una vez mas cuánto necesitamos el Reino justo de Jehová, que eliminará de una vez para siempre todo el “lamento, el clamor, el dolor. Las cosas anteriores habrán pasado” (Revelacion 21:4).

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