Por Álef Guimel
El reloj anda lento durante la semana,
¡lo miro tantas veces en el correr del día!
Afuera el sol de oro derrama sus caudales;
adentro la penumbra y la monotonía;
el andar de las maquinas siempre al mismo compas;
los obreros hablando de
mil cosas triviales;
el tiempo que se aleja y nunca vuelve atrás.
Allá junto a las costas, los pinos perfumados
acunan en sus ramas las horas del verano.
Aquí, día tras día mi juventud vibrante
se desgasta en el roce del quehacer cotidiano.
Son las seis; mi hermanito ya volvió de la escuela,
mamá trajina en casa preparando la cena.
Ah...! si papá viviera todo sería distinto,
no habría cuentas pendientes para cada quincena.
Tengo dieciocho años… (se ha enredado el ovillo.)
menos mal que hoy es jueves, esta noche hay reunión.
Siento una sed tan grande de luz y de paisajes,
que cuando canta un pájaro me duele el corazón.
Jehová guarda tus bosques, cuida el mar y los ríos,
te encomiendo las aves para el tiempo preciso
en que seremos libres. Tú estarás vindicado.
La tierra, hoy
sucia y triste, ya será un paraíso.
No dejes que perezcan las preciadas semillas
que guardan en potencia las flores que presiento.
Quiero entrar en las grutas y remar en los lagos,
palpar la tierra arada, reír de cara al viento.
Cuando vuelva mi padre le diré satisfecha:
-Este hombre es el niño que al morir nos dejaste.
Hubo pan en la mesa, hubo lumbre en la casa,
conservamos unido el hogar que formaste.
Yo sé, no falta mucho. Tú nos darás las fuerzas
para que no cedamos bajo la gran presión.
El deber nos demuele, el mundo nos anula.
La vida solo vale si Tú eres la razón.
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