Hoy en el metro un hombre joven tocaba el acordeón, ese
instrumento que abre mi curiosidad y me
hace maravillar. Lo veía tocar ensimismado, absorto retándose a sí mismo a ver
cuanto mas rápido podía tocar hasta que se le rompió una parte del instrumento
y disculpándose, acabó el show.
Apasionado, ensimismado… compitiendo consigo mismo.
Y eso fue lo que me hizo reflexionar en la vanidad de la pasión
en cualquiera de sus variantes: pasión por la música, por la política, por el
ser amado...
Así como es intensa, rápida y revolucionaria, también es egoísta. En
vez de organizar, desordena, en vez de unir, desarma y desintegra, en vez de
pensar en dar de si mismo a un otro, hace a uno concentrarse en sus
percepciones, en sus sensaciones, sus emociones, su deseo, su gusto, su
preferencia, en fin… su propia satisfacción.
¿Quién ha visto una orquesta afinando sus instrumentos antes
de empezar el concierto?
Parece un caos el ruido que se forma. Empieza alguien con
un La natural, le sigue un Re, un Sol y de pronto el ambiente se confunde con
notas sin sentido, es algo que a uno lo pone nervioso.
Se podría decir que una orquesta trabaja en equipo. En
cierto sentido eso es verdad pero en otro sentido solo es la unión de talentos únicos,
personas que han trabajado años solos con su propio instrumento y en su propio
mundo, afinando cada cual según su propio oído los 440 Hertz del La perfecto…
ahora me doy cuenta de que un conjunto musical o un coro profesional es la unión
de varias personas apasionadas quienes han pasado toda su vida buscando la perfección
personal, superarse a si mismos, bajo el rigor del sacrificio propio, de horas
de ensayo a solas, siendo autoexigentes, severos e implacables con quien ose
desafinarse. Solo tocaran en conjunto con quienes a su juicio puedan armonizar
perfecto con ellos, alguien que los haga brillar, pues la perfección del otro
es la perfección mía, solo mía y el aplauso del publico es para mi, no para los
dos.
Ese es solo un
ejemplo que doy, pues yo misma soy músico, pero debo decir esto:
la pasión es efervescente, sale a borbotones, no tiene
limites, no conoce frenos. Por esto es que la pasión se relaciona directamente
con querer satisfacerla rápido, tal como Esaú quiso comer "¡Aprisa!"
el guisado de lentejas y despreció lo que era realmente importante, su legado,
su herencia, su primogenitura. El decía que si no comía rápido iba a morirse…
¿por qué la pasión se nos presenta así, como una cuestión de vida o muerte?
La verdad es que sacrificarse y tener paciencia para
lograr los objetivos o cumplir los deseos es el mejor proceder.
El corazón es
traicionero y DESESPERADO (Jeremías 17:9). No conviene hacerle caso cuando pide algo a gritos.
A la pasión hay que vigilarla como al mar. No debe pasar
de su limite. Hay que examinarla, preverla, medirla, controlarla y no permitir
por nada del mundo que ella nos controle a nosotros.
Las mejores bendiciones vienen por haber sabido esperar, así que termino con uno de mis textos favoritos:
"Sagaz es el que ha visto
la calamidad y procede a ocultarse, pero los inexpertos han pasado adelante y
tienen que sufrir la pena" (Prov. 22:3).